Martin Kohan reflexiona sobre la escena educativa, el rol de las artes y la diferencias entre enseñanza y adoctrinamiento.
(EL PRESENTE ARTICULO FUE PUBLICADO POR DIARIO EL TRIBUNO EL 6 DE OCTUBRE DE 2024 - ENLACE DE REFERENCIA https://www.eltribuno.com/opiniones/2024-10-5-22-4-0-la-rebelion-de-los-iracundos-tristes)
Argentina soporta traumas colectivos: inflación, inseguridad, corrupción, deseducación, injusticia y anomia. Esto ha provocado como reacción un giro copernicano que promete muchos cambios, pero aún no garantiza una solución a los problemas.
Peter Sloterdijk, en su libro "Ira y tiempo", reconstruye la historia política de la ira. Según él, la ira corre a través de todas las sociedades alimentada por aquellos que, con o sin razón, se sienten perjudicados, excluidos o discriminados por "el sistema". La Iglesia solía canalizar esta rabia canjeándola por buenaventura a futuro. A fines del siglo XIX tomaron el relevo los partidos de izquierda. Estos funcionaron, según Sloterdijk, como «baterías de ira», acumulando energías que, en lugar de ser liberadas al instante, se "acumulaban" y se usaban para construir un plan más ambicioso. El iracundo se convertía en activista y la ira se transformaba en acción política.
Hoy no queda nadie que oriente la cólera que la población acumula. Ni la religión católica - que ha tenido que abandonar los tintes apocalípticos, las doctrinas del juicio universal y de la revancha de los perdedores en el más allá, para adaptarse a la modernidad-, ni la izquierda, que se ha reconciliado con los principios de la democracia liberal y las reglas del todopoderoso mercado.
François Dubet, autor del libro "La época de las pasiones tristes"; afirma que la ira, la indignación y el resentimiento -las «pasiones tristes»-, se explican no tanto por la amplitud de las desigualdades -cada vez más amplia-, sino por cómo se ha transformado el "régimen de desigualdades". En un "marco de clases", las desigualdades se agrupaban en torno a "clases" y la posición del individuo en el sistema determinaba su modo de vida, su destino y su conciencia de clase. Ahora aparecen nuevas desigualdades "en calidad de" una infinidad de nuevos criterios.
Ante esta fragmentación aparece el miedo al "desclasamiento" y, como nadie quiere quedar al margen; todos harán lo que sea necesario por no perder su lugar en su pequeño fragmento. La ira, la angustia y el descontento no se canalizan. Se acumulan -no en las "baterías de ira" que eran los partidos políticos y sus utopías de un mundo mejor-, sino en los propios individuos; sin válvulas de escape.
De personajes a "fenómenos"
En este contexto, es más fácil entender los "fenómenos" que encarnan -y que retroalimentan- personajes como Donald Trump en Estados Unidos; Viktor Orbán en Hungría; Vladimir Putin en Rusia; Boris Jonhson en Gran Bretaña; los Le Pen en Francia; el ultraderechista y anti islámico Geert Wilders en Holanda; Nayib Bukele en El Salvador; Jair Bolsonaro en Brasil y Javier Milei en Argentina, por nombrar los ejemplos más resonantes.
El concepto de "fenómeno" remite a que no hay que verlos ni pensarlos sólo como personajes grotescos o estrambóticos tras eventos electorales aislados; sino que todos ellos representan, en realidad, "una disputa profunda por el imaginario". Se trata de una "batalla" por el reemplazo de los valores de la sociedad; el intento de la imposición de nuevas subjetividades.
Todos estos personajes son "reorganizadores simbólicos" y, vistos así, conforman anomalías poliédricas de extrema complejidad. Como "fenómenos" tampoco se los puede medir por sus resultados electorales o por el desempeño de sus funciones. El "éxito" de cada uno de ellos quedará signado, en cambio, por cuánto de sus discursos, conductas, "valores" y agendas; penetren, capilaricen y se consoliden en el ideario colectivo de cada sociedad. Primero que nada, es una revolución de símbolos; luego, es una conversión de conductas y valores colectivos. Es la "batalla cultural" que cada uno de ellos denuncia; cada uno en su marco, con su propia realidad y dentro de su propio contexto. Y parecen ir "triunfando".
"Yo soy Robespierre"
En Argentina, ante la enormidad de los traumas colectivos que padecemos (inflación, inseguridad, corrupción, deseducación, injusticia y anomia); la estrategia es simple: identificar los grandes desorganizadores que impusieron su caos contra nuestra necesidad de orden material y existencial y nombrarlos: Lali Espósito; "los empresarios prebendarios"; los "planeros"; los medios y los "micrófonos ensobrados"; "las ratas del Congreso"; los científicos; todos aquellos "que viven de la teta del Estado". «La Casta»; ese orden decadente que sufre de corrupción sistémica y que es culpable de todo lo malo que nos pasa; y que debe ser destruida y erradicada.
Pero "casta" tanto es lo que causa daño, crea degeneración, subvierte categorías y valores sociales en su propio beneficio; como "casta" es, también, todo lo que obstaculiza, ofende, critica o intente imponer limitación alguna. "Casta" es todo "lo otro" por fuera del "fenómeno" que no se alinea a él. "Casta" es una magnífica herramienta de victimización: si no se logra imponer las reformas que se necesitan "para volver a ser una Nación próspera y soberana sobre la faz de la Tierra", será por esta "casta" que sólo sabe poner "palos en la rueda" y por todos sus personajes funestos que no representan a los sufridos ciudadanos.
Para crear hay que destruir. Se enquista un profundo sentimiento anti sistémico. Se instala la idea de una "Revolución". "Esto es la Revolución Francesa… ¡y yo soy Robespierre!"; le habría dicho Santiago Caputo a Horacio Rosatti. Me pregunto qué clase de persona puede percibirse -con orgullo-; un Robespierre. Caputo pequeño; el que clava puñales en libros ajenos. Todo aquel que quema libros no tardará en quemar hombres; alertó Heinrich Heine, en 1823.
La política uberizada
La comunicacional digital favorece la desintermediación y el colapso de la esfera pública. Las opiniones se fragmentan y se multiplican; invaden la esfera pública. Sustituyen a la verdad, la que "se vuelve irrelevante". Se pierde la "distancia como respeto" (Byung-Chul Han); se pierde respeto por "todo otro". Se pierde la autocensura -la sana-, y se abandona la "civilidad". Todo se vuelve más violento y primitivo.
Se establece una comunicación simplificada; basada en emociones y no en ideas; una comunicación tiktokizada. Luis Caputo y Sturzenegger dan sus primeros pasos como comediantes de stand up en vivo, y en las plataformas sociales. La lógica del "reality-show" suplanta a la realidad y la alimenta. El show y el vacío de contenidos dominan la agenda y pautan la comidilla diaria. La falta de estilo se hace sello distintivo. El líder se "acerca" a su pueblo; lo "desintermedia". Es la uberización del trabajo y la plataformización de la economía; extrapolado ahora a la política. Asistimos al nacimiento de una política uberizada en la que nada vale más que los símbolos y sus significantes.
Milei es el "outsider" político que sacrifica su vida y que se hunde en la "mugre de la casta" para purificarnos. Es el sensei de aikido que usa las herramientas de sus opositores para vencerlos -con sus armas- en su propio terreno; al verticalismo más verticalismo, al kirchnerismo más kirchnerismo. Es el "borracho del tablón" que insulta y menosprecia a todos desde las gradas de una cancha de fútbol imaginaria; siempre presente. Es el Mesías que nos enseña el camino de la Libertad. Es Moisés guiándonos hacia la Tierra Prometida invocando, a cada paso, a las Fuerzas del Cielo; quienesquiera o cualesquiera que sean estas "fuerzas". El mito argentino traspasa fronteras y adquiere tintes globales: Argentina tiene ahora la misión de salvar al mundo. Occidente está enfermo y Argentina será el faro que guiará hacia su recuperación. Nos levantaremos -y levantaremos al mundo-, por obra y gracia de la libertad, del empoderamiento de los sufrientes hombres de bien y del Mercado. El único camino entre todos los posibles caminos.
Se naturaliza la "necesidad" de destrucción de todo lo anterior como única manera de implantar lo aún por nacer; erosionando y destruyendo -al paso- el valor del ser humano. Las personas somos «daños colaterales» de las ideologías y de todos los "necesarios enfrentamientos". Esta pérdida de valor no ocurre sin un enorme costo social colectivo y psicológico individual. Y sociedades trastornadas conducen a sistemas frágiles que producen líderes desquiciados.
La provocación constante en un instrumento que asegura el manejo de la agenda y de los tiempos del debate público, pero que alimenta a las «pasiones tristes» de Dubet. El caos comunicativo organizado fuerza a la reacción permanente; siempre a la defensiva. El batido y rebatido de las «pasiones tristes» sólo pueden augurar tiempos turbulentos; una mayor polarización y violencia. La violencia institucional -desde arriba- derrama violencia social y callejera; abajo; la que permea y se asienta. Se naturaliza.
Todo podría terminar bien tanto como todo podría terminar mal; es difícil aventurar pronósticos. Pero se intuye -¿se sabe?- que no es sabio seguir agitando tantas pasiones tristes. "Siembra vientos y cosecharás tempestades", reza el ancestral proverbio bíblico. Toda sociedad debe cuidarse de la explosión súbita de sus «iracundos tristes» ante la percepción de traición, necedad, poca empatía, alejamiento de la realidad o impericia de quienes la manejan. La historia muestra que Robespierre no fue un héroe ni alguien a quien admirar ni copiar. Que las "Revoluciones" siempre acaban el mismo segundo en el se imponen. Y que no siempre sus cambios resultan para mejor. ¿Lo lograremos entender a tiempo?
(EL PRESENTE ARTICULO FUE PUBLICADO POR DIARIO EL TRIBUNO EL 1ERO. DE SEPTIEMBRE DE 2024 - ENLACE DE REFERENCIA https://www.eltribuno.com/opiniones/2024-9-1-0-0-0-construyendo-puentes-donde-no-hay-rios )
La confusión marca la época. Estamos sumidos en una desorientación tan profunda que la vida se asemeja a un galimatías impreciso e indescifrable. El desconcierto genera un desconsuelo que fluye -libre- detrás de la sucesiva caída de todos los relatos que auguraban un futuro mejor; tras la acumulación de décadas de pequeñas traiciones, frustraciones y resignaciones diarias; de la incesante claudicación a la aspiración genuina de vivir una vida mejor. "El fracaso de todos los futuros explica la victoria de la inmediatez consoladora", dice Jacques Attali, desde su "Diccionario del Siglo XXI".
El relato del individualismo liberal -triunfante por sobre el relato del individuo planificado- ahora se ha vuelto explotador, exprimidor; agotador. Me vienen a la mente las imágenes retratadas por Byung Chul-Han en "La sociedad del cansancio" y "La sociedad paliativa". "Las enfermedades neuronales como la depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), el trastorno límite de la personalidad (TLP) o el síndrome de desgaste ocupacional (SDO) definen el panorama patológico de comienzos de este siglo". Si bien este filósofo mira a estas enfermedades como producto del agotamiento tras habernos convertido en sujetos auto explotados por la «sociedad del rendimiento"; la depresión, el TDAH y el TLP también comparten su raíz patológica en la inversión del panóptico; esa pulsión obsesiva por la cual el individuo necesita exponerse y exhibirse cual animal en una caja de cristal.
El individuo sin ninguna libertad retratado por Evgueni Zamiantín. Zamiatín imagina, en "Nosotros", una sociedad en la que la felicidad, el orden y la belleza sólo pueden ser alcanzadas mediante la ausencia de libertad y de acuerdo con los principios inflexibles de la matemática y del poder absoluto. Zamiatín conocía como nadie los laberintos del autoritarismo encarnados en el zarismo primero, en la Revolución bolchevique después y finalmente, en el socialismo soviético.
Esta vivencia profunda y descarnada sufrida en carne propia a lo largo de toda su vida, se trasladó en cada una de sus páginas. "Si la libertad del hombre es igual a cero, éste no comete crímenes. El único medio para librar al hombre del crimen es liberarlo de su libertad".
Así, las personas viven en casas de cristal; en cajas de transparencia absoluta. Pero la exigencia de transparencia es muestra de desconfianza; la obsesión por la transparencia habla de una sociedad incapaz de confiar. La exposición es la única manera de "restaurar" esa confianza y todo se hace en pos de alcanzar la transparencia total. La pulsión por la transparencia enferma.
Hoy, como en las cajas de cristal de Zamiatín, el individuo se exhibe hasta el agotamiento en pos de «ser"; de «existir"; de «valer"; de «ser transparente". Se expone a un mundo que no confía en él y que necesita verlo expuesto como en un mercado. Presentado para ser tasado y otorgarle un valor; volátil y efímero. La no existencia virtual equivale a una condena de inexistencia en la vida real. El avatar reemplaza a la persona de carne y hueso; el avatar "vale más" que la persona real detrás del avatar.
Así, no puede ser sorpresa la falta de valor económico de cualquier sujeto no expuesto a esta patológica exhibición pornográfica. No puede resultar sorpresa la desorientación; la confusión; las enfermedades psicológicas; el agotamiento; la exhaustación. "En dos décadas, pasamos de la era del acceso a la era del exceso", dice Éric Sadin en "La era del individuo tirano".
La Edad de la Ira
En este contexto, surge un nuevo individuo. Una «categoría política apolítica" si vale el oxímoron. Hannah Arendt caracterizó a la política como "la normalización de una pluralidad de existencias humanas que expresan sus divergencias; pero que convocan al esfuerzo de una negociación en vistas a aspirar a posibles acuerdos en pos del bien común". Pluralidad; divergencias; negociación; acuerdo; bien común. Todas palabras olvidadas.
La situación, ahora, es doblemente apolítica dado que no depende de un proyecto, sino que deriva de una dimensión no concertada; algo que descansa sobre el aislamiento mutuo de los individuos que instauran -sin ser conscientes; sin saberlo, buscarlo, ni reivindicarlo -, lo que se podría denominar un "totalitarismo de la multitud". Que elude toda búsqueda de bien común.
Todo esto favorecido por la proliferación de discursos y de relatos que se desentienden de la necesidad de concordar con el mundo real. Nace un régimen de opinión y de aserción infundada; la "posverdad" -en constante reinvención- y el reino de las "fake-news". Se desconoce toda autoridad académica. No se profundiza en nada ni se investiga qué es verdad y qué no. Impera un exceso de información -tóxica- que sólo aumenta la desorientación colectiva, la disgregación y la alienación social.
El proyecto político del individualismo liberal que, dos siglos antes había aspirado a la liberación de los seres humanos, ahora se ha transformado en otro ethos: el de una búsqueda desenfrenada de una "singularización" que los despegue de la masa. Cada uno se imagina a sí mismo -por la fuerza de los discursos, de las imágenes y de las autopercepciones-; como el centro de un universo propio. El conjunto se asemeja al de una constelación de estrellas, resplandecientes, pero solitarias. "Consteladas" pero alejadas y aisladas, dentro de la constelación.
Un proceso que ahonda la desilusión y la amargura y que lleva a no creer en la validez de ningún proyecto colectivo. Los individuos quedan remitidos sólo a sí mismos y sin pertenencias a perspectivas comunes. Nace un resentimiento personal -a la vez, aislado y extremo- que, sin embargo, se siente amplio y global. La esperanza es etérea; no es vinculante. La ira, en cambio, es sólida y, por sobre todo, es convocante; es aglutinante. Es poderosa. Da fuerzas. Es el amanecer de la Edad de la Ira. Una Ira como el estado natural del nuevo ser humano. La ira como motor y como movilizador de todo acontecimiento. ¿De todo pensamiento?
Desesperados y confundidos
El sistema educativo nace a la luz y a la medida de la Segunda Revolución Industrial que hoy se extingue. Ahora, queremos proponer reformas educativas para una infancia que entra a un sistema educativo sin saber de qué van a trabajar esos niños cuando adultos. Somos incapaces de imaginar cómo va a ser el futuro; cómo serán los trabajos, o qué capacidades y habilidades requerirán. ¿Cómo se prepara a alguien para un futuro que no podemos imaginar cómo podría ser?
"El proyecto político del individualismo liberal que, dos siglos antes había aspirado a la liberación, se transformó en otro ethos".
No sabemos -siquiera- si habrá trabajo para la totalidad de la población o si ya habrán avanzado las diversas propuestas de "Salario Básico Universal" que se van gestando ante la visibilidad que toma el tema del desempleo progresivo; la uniforme erosión de los salarios como producto de la automatización; así como del desplazamiento de la fuerza laboral hacia tareas de menor valor agregado, ergo, de salarios decrecientes. A la actual crisis de los sistemas de seguridad social y de los diferentes estados de bienestar social de muchas sociedades; se suma este nuevo problema, todavía en ciernes. La crisis es inevitable por mucho esfuerzo que se haga por dilatar el estado de conciencia de este malestar; o el esfuerzo por procrastinar diagnósticos certeros y la búsqueda de soluciones asertivas. Mientras tanto, la ira aumenta sin cesar.
Al mismo tiempo, asistimos a la muerte de la política. La capacidad para decidir qué debe ser hecho, cómo debe ser hecho y quién debe hacerlo, ha quedado atomizada y desperdigada entre visiones y actores divergentes; hasta antagónicos. No queda nadie que pueda conciliar estas demandas en un único puño y que pueda llevar a cabo las infinitas acciones que cada decisión requiere. Qué debe ser hecho se decide en un plano ajeno a la política; cómo debe ser hecho, también. Muchas veces, ni siquiera queda claro quién debe o quién puede llevarlo a cabo.
En lugar de reconocer esta incapacidad -¿discapacidad?-, los políticos se gritan unos a otros soluciones imposibles y caminos inconducentes con la fuerza de la razón que da el grito; sin otra herramienta para buscar esta ejecución fallida que la de una voz más alta que la de sus contrincantes de turno. Los adversarios se transforman en enemigos. Se normalizan los insultos; las diatribas infantiles. Se reafirman ambos extremos de una grieta; extremos que no difieren mucho uno del otro. Crece la sociedad binaria. La ira deviene en polarización extrema.
Se proponen reformas políticas para una sociedad apolítica (en los términos de Arendt), y se quiere gobernar a una sociedad que no quiere ser conducida hacia ningún otro lado que no sea hacia el corazón y hacia el centro de su ira. Hacia adentro de sí mismos.
En este tránsito violento hacia lo desconocido, es natural querer aferrarnos a un imaginario estatus-quo; a visiones de glorias pasadas o del orden tan ansiado. Queremos -a toda costa- volver a una sociedad que no existe más. Nos aferramos -con fiereza- a sistemas y a categorías que están dejando de existir; de tener sentido. Desesperados y confundidos, seguimos intentando construir puentes sobre llanuras áridas y desérticas por las cuales -hace tiempo-, ya no corren más ríos.
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